Es que hace falta estar desubicado. Es lo primero que he pensado al leer este artículo de Javier Lezaola en eldiario.es. Merece la pena que lo miréis. Lezaola escribe sobre emigración, pero no se pierde en detalles sin importancia. No esperéis encontrar nada sobre los obstáculos que el gobierno nos está poniendo para votar; no busquéis algo acerca de la negación de la asistencia sanitaria a los que nos hemos ido. Ni siquiera hay una referencia a la cantidad de gente que ha tenido que abandonar el país. No. El autor, que se centra en lo que para él es importante, está muy indignado porque resulta que ha descubierto que algunos emigrantes, además, nos autodenominamos exiliados. Y por ahí Javier, que es persona -por lo que parece- de principios, sí que no pasa.
Javier de esto sabe y se nota. No es que sea emigrante (o exiliado). Para nada. Javier escribe tranquilamente en su ciudad y cuando acaba el artículo quedará con sus colegas o su novia y los fines de semana quiero pensar que comerá con su familia. Algo que (rencoroso que es uno) yo no he podido hacer en dos años y medio, desde que me vine a Uruguay. Ni tampoco mucha gente que conozco. Pero eso no es óbice para que Javier pontifique. Y se indigne, recordemoslo. Porque nos atrevemos a llamarnos exiliados.
Y un exiliado, Javier lo tiene muy claro, es alguien que abandona su país ante la amenaza de sufrir violencia. Cierra los ojos e imagina (imagino) una columna de soldados republicanos derrotados, cruzando la frontera en Port Bou en febrero de 1939, girándose en el último momento para saludar a Negrín, que ha querido acompañarlos. Haciendo un esfuerzo, Javier visualizará a los refugiados uruguayos o argentinos que consiguieron escapar de la locura represiva de su país en los ochenta. Exiliados de verdad. A Javier le hierve la sangre cuando descubre que mindundis como yo también usan ese término.
Porque en el fondo Javier y mucha otra gente están convencidos de que nuestra emigración (o exilio) no es para tanto. Nos vamos en avión, con nuestros ordenadores, estamos conectados por Skype, seguimos la actualidad en Twitter y de vez en cuando volvemos. Y encima algunos nos vamos a sitios como Montevideo, que suena chulo y lo es. Vaya mierda, piensa Javier. Se van prácticamente de Erasmus y encima luego se quejan de lo mal que están. Vamos a darles una lección periodística y tal.
Y no. Yo, ante todo, estoy hasta los huevos de esta discusión, que comenzó en abril de 2013, cuando Juventud sin Futuro convocó una jornada de protesta en el exterior bajo el lema “No nos vamos, nos echan”. De ahí surgió la Marea Granate, nos empezamos a organizar, hicimos algunas maldades y, sobre todo, comenzamos a reflexionar sobre nosotros mismos. Y mi conclusión, Javier, está clara: yo soy emigrado y exiliado. Con matices, porque emigración y exilio son fenómenos complejos, que varían enormemente en cada contexto y que son, sobre todo, absolutamente actuales. Te lo explico rápido: soy emigrante porque he cambiado de país buscando recuperar la dignidad laboral. Soy emigrante privilegiado, porque soy europeo, he tenido acceso a una educación y tengo una red familiar de apoyo. Mi experiencia migratoria en Uruguay no tiene nada que ver con la de un boliviano o una dominicana. Y eso no significa que sea todo un camino de rosas, que conste.
Y también soy exiliado económico, porque yo no quería irme de mi país. A mí me han echado. Lo han hecho a través de una serie de decisiones políticas como la reforma del artículo 135 de la Constitución; como la reforma laboral y la precarización del trabajo; como los recortes demenciales para pagar un rescate encubierto destinado a salvarle el culo a los bancos. Porque lo que ha ocurrido en España, Javier, no es producto de las inclemencias del tiempo, sino de una política neoliberal, austericida y profundamente discriminatoria, aplicada con entusiasmo por PP y PSOE. Sus decisiones políticas acaban provocando que yo me vaya de mi ciudad. Yo y otras 700.000 personas más, recordemos.
Y esto, Javier, no es comparable a lo que viven los refugiados sirios que se ahogan en el Mediterráneo ante la indiferencia de la Unión Europea, o a lo que vivió gente como Romero GImenez en los años 40. Pero tampoco es sencillo: en estos dos años he visto gente que viene con una condena encima: un desahucio y una deuda perpetua (porque la decisión de tirar la ILP de la PAH es una decisión política); he visto señores de 60 años que juntan lo último que tienen e intentan empezar de cero como pueden. Personas que se han deprimido, gente que ha habido que repatriar. De verdad, no te deseo una emigración así, como la que yo he vivido. Y eso que soy afortunado, que el país me ha acogido bien, que tengo trabajo y he conocido a gente hermosa. Pero no te lo deseo, Javier, en absoluto.
Ya acabo: ¿El autodenominarme exiliado rebaja, como insinúas, a quienes sufren violencia directa, amenazas de muerte? No. Porque son situaciones no comparables. Porque cada exilio, cada migración, es un fenómeno único y complejo. Al final, con tu razonamiento, estás defendiendo más una construcción ideológica que una situación real. Porque de eso se trata, Javier: le pides explicaciones a “cierta izquierda” por usar el término “exilio”. Usas la emigración (o nuestro exilio) para atizarle a esa “cierta izquierda” con impunidad. Me parece bien que le metas zascas a quien sea, faltaría más, pero al menos ten la honestidad de no utilizar un fenómeno que, de nuevo, resulta doloroso y a todas luces demasiado complejo para ti. Para alguien que es capaz de decir que quien usa el término “exiliado” lo hace porque es un clasista y un racista con respecto a los “emigrantes”. Sin darse cuenta de que somos lo mismo: un exiliado siempre es un emigrante. Un emigrante, a veces, puede ser un exiliado.
Y, por último, solo te pido que pienses una cosa: el gobierno del PP ha hecho todo lo posible por despolitizar nuestro exilio/migración. Nos ha achacado un cierto “espíritu aventurero”; ha alabado la “movilidad internacional”. Ha negado que nos coarten el derecho a votar y ha defendido que nos quiten la asistencia sanitaria. Tú estás haciendo exactamente lo mismo: trazas una línea gruesa (aquí, en tu lado, los puros, los que corresponden con tu imaginario político. Al otro, los modernos de Juventud Sin Futuro o Marea Granate que no saben lo que es el sufrimiento). Y con eso despolitizas y validas el razonamiento de gente como Fátima Báñez: “No es para tanto, se van porque quieren y total les gusta”.
En resumen: a ver si vamos despabilando, Javier, que ya no tenemos quince añitos. Habla con gente que está fuera, pregúntales qué piensan y, sobre todo, intenta respetar procesos que, afortunadamente para ti, ves de lejos. Porque si pontificas desde la comodidad del hogar, lo que haces es incurrir en un cuñadismo pesado, ranciete y que no dice mucho de ti. Un saludo desde el otro lado del mar.