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Los volcanes lejanos: Árbenz en Montevideo

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Alberto Colía no es solo uno de los mejores artistas gráficos jóvenes de Centroamérica. Es también de esos amigos por cuyas ausencias no pasa el tiempo. Así, mientras pasábamos la primera noche de su visita tomando ron, teníamos la impresión de haber hablado el día anterior. Y, mientras nos íbamos poniéndonos al día, poco a poco comenzó a surgir un tema: Árbenz y su exilio en Montevideo a finales de los años sesenta.

Poca gente, fuera de Guatemala, recuerda quién fue Jacobo Árbenz. Una buena definición podría ser la del último presidente democrático del país centroamericano, derrocado por la CIA en 1954 en un golpe bananero que abrió, literalmente las puertas del infierno y culminó con un genocidio que aún hoy transversaliza el dolor en un país tan hermoso como demoledor.

I: Lo que pudo ser y no fue. 

La primavera democrática que, desde 1944 a 1954 vivió Guatemala, se ha convertido en un espacio mítico, un escaparate desgarrador de lo que pudo ser y no fue. Pudo ser un país viable, construido sobre consensos comunes, integrador y respetuoso con su diversidad, donde lo militar fuese un recuerdo asociado a inestabilidad y caudillajes pasados. Pudo ser y no fue, porque se impuso el cortoplacismo más ciego y atroz de una superpotencia, Estados Unidos, que en la orgía de sangre y fuego de finales de los setenta se planteaba buscar “un nuevo Árbenz” que consiguiese sacar el país de la espiral que ellos mismos habían provocado”. Pudo ser y no fue, porque los poderes fácticos (con otros nombres, con otras estructuras) que persistían desde los tiempos de la colonia, en forma de terratenientes cafetaleros y bananeros, empresarios cañeros y usurpadores de servicios básicos, impusieron por la fuerza un status quo que les condenaba a vivir rodeados de guardias armados, alambre de espino, traslados en helicóptero y un río de sangre en la puerta de casa. Pudo ser y no fue, en resumen, y ese no fue nos pesa a todos y cada uno de los que hemos vivido y amado este país como si fuera una losa eterna.

Árbenz leyendo su discurso de dimisión, noche del 27 de junio de 1954

Árbenz leyendo su discurso de dimisión, noche del 27 de junio de 1954 (fotografía sacada del imprescindible estudio de Roberto García Ferreíra, que se puede leer aquí)

Antes del Che, antes de la revolución cubana, antes de los sandinistas, antes de Allende, el universo simbólico de la emancipación democrática en este continente estuvo ocupado por Árbenz, una figura improbable en este panteón: coronel del ejército, nacionalista de izquierdas,  con un programa de gobierno que era revolucionario para su país y su tiempo, pero no muy distinto de lo que se había hecho en Costa Rica unos años antes, lejos del gusto por el culto de masas y muy consciente, quizás demasiado, del poder del gran vecino del norte, Árbenz no tenía el carisma de los caudillos. Y a pesar de eso, su figura adquirió tal potencia que los esfuerzos para aniquilarlo como símbolo duraron décadas y fueron despiadados.

II: El exilio. 

Estamos en el Aeropuerto de La Aurora,  es la noche del 27 de junio 1954 y Árbenz parte hacia el exilio. Su gobierno se ha rendido, a pesar de que, militarmente, ha barrido a las bandas de mercenarios entrenados por la CIA y guiados -es un decir- por Castillo Armas, el candidato elegido por quienes mandaban y querían seguir mandando. La amenaza de bombardeos aéreos sobre Ciudad de Guatemala, indefensa ante la incapacidad de los vetustos cazas P-26 guatemaltecos de interceptar los B-26 de la CIA, combinada con una enorme presión para evitar un baño de sangre, ha sido finalmente suficiente para que el gobierno democráticamente elegido se rinda. Árbenz se dispone a subir al avión que le llevará lejos de los volcanes para siempre, pero antes le obligan, literalmente, a desnudarse frente a las cámaras. Es la primera de una oleada de humillaciones orquestadas por la CIA que le perseguirán durante el resto de su exilio y de su vida. Porque, mientras Guatemala se sume en el caos, a su expresidente le harán la vida imposible.

Árbenz, obligado a desnudarse ante las cámaras antes de partir al exilio, 1954.

Árbenz, obligado a desnudarse ante las cámaras antes de partir al exilio, 1954.

Primero será en Suiza, cuyo gobierno, instigado por la embajada de Estados Unidos, pone todas las trabas posibles al exiliado, quien, a pesar de tener familia helvética, se ve obligado a dejar el país. Y, desde 1957, ocurre lo mismo en Uruguay, que con Árbenz escribe una página indigna en su historia contemporánea.

Llegada de Arbenz a Montevideo, mayo de 1957. Imagen de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia uruguaya vía, de nuevo, el imprescindible trabajo de García Ferreira.

Llegada de Arbenz a Montevideo, mayo de 1957. Imagen de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia uruguaya vía, de nuevo, el imprescindible trabajo de García Ferreira.

Desde el momento en que el expresidente guatemalteco y su familia bajan del avión, ocurren dos cosas: por un lado, se pone en marcha una campaña frenética de desprestigio. Los principales diarios publican artículos y columnas acusando a Árbenz de ser un comunista y un peligro para la estabilidad de la república oriental. Sus autores, en la nómina de la embajada norteamericana, exigen su inmediata deportación, mientras que se organiza un auténtico escrache callejero: Montevideo amanece sembrada de adhesivos con un rotundo “Árbenz Comunista”, se pintan la hoz y el martillo en su domicilio y se organizan manifestaciones “espontáneas” en los pocos lugares que frecuenta. No solamente eso:  la jefatura de policía montevideana somete a una estrecha vigilancia al refugiado, llegando al extremo de fichar a todo aquel visitante que hace patente su intención de visitar al expresidente guatemalteco. Un ejemplo: se llega a impedir que la junta directiva del Club de Tenis de Carrasco, cercano a su domicilio, le admita como socio, sometiéndolo a un auténtico apartheid social que provocará la reclusión voluntaria de Árbenz y su refugio frecuente en el alcohol. La situación se desbloquea cuando la recién nacida revolución cubana, a través de su embajador en Uruguay, le ofrece asilo en 1960. De allí pasará a México donde, tras  su ruptura matrimonial y el suicidio de su hija mayor en Colombia, morirá en 1971 olvidado por un continente convulso.

Viñeta publicada en "Marcha", denunciando el acoso de la CIA a Arbenz durante su estancia en Uruguay. Vía, siempre, Roberto García Ferreira.

Viñeta publicada en “Marcha”, denunciando el acoso de la CIA a Arbenz durante su estancia en Uruguay. Vía, siempre, Roberto García Ferreira.

III: El reencuentro.

Alberto rellena con cuidado la petaca, sosteniendo la botella de Zacapa que ha traído en su visita a Uruguay. Es sábado de una típica mañana preinvernal en Montevideo: gris, lluviosa y batida por un viento helado que saca las aristas de la ciudad y hace desear un trópico improbable. Con ese ron vamos a brindar por la memoria de Árbenz frente a la que fue su casa durante tres años como exiliado en este país al que he emigrado. Nos ha costado encontrarla, no crean. Comenzamos con un documento de la época, en el que Árbenz comunica a la policía su mudanza “a la Avenida Juan M. Pérez 6563, casi Jamaica“.

Comunicación del cambio de domicilio de Árbenz. Archivos de la jefatura de policía montevideana, vía García Ferreira.

Comunicación del cambio de domicilio de Árbenz. Archivos de la jefatura de policía montevideana, vía García Ferreira.

Dicha avenida ya no existe con ese nombre, aunque por suerte encontramos la calle Jamaica en el barrio de Carrasco, la zona más acomodada de la ciudad, que si hoy está alejada del centro, lo estaba mucho más a finales de los años cincuenta. Un lugar adecuado para autorrecluirse y dejar pasar el tiempo, con sus casas bajas de amplios jardines y avenidas arboladas que terminan en el impresionante Casino de Carrasco, frente a la Rambla y Río de la Plata.

La calle Jamaica está cruzada por tres vías. Una de ellas debe ser la antigua J. M. Pérez, así que intentamos deducir  su ubicación partiendo de los nombres de las mismas. Las dos primeras están dedicadas a protagonistas secundarios de las guerras de independencia y parece factible que ya tuvieran la misma denominación en los años cincuenta. La tercera, en cambio, se refiere a un personaje contemporáneo, A. Arocena, uno de los urbanizadores del barrio. Parece lógico pensar que le dedicaron una de las principales avenidas del mismo como reconocimiento tras su fallecimiento en los años sesenta, así que, suponiendo que es allí donde encontraremos la casa de Árbenz, nos subimos en un ómnibus solitario con dirección Carrasco.

Y acertamos. Una de las primeras casas tiene aun la placa antigua con el nombre anterior de la calle. Es más: el número tampoco ha cambiado, así que avanzamos en busca del 6563 que, efectivamente, casi hace esquina con Jamaica.

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Casa en la actual Avenida Arocena, con el nombre anterior de la calle y manteniendo la numeración original.

Es una casa linda, no demasiado grande para los estándares del lugar, con un árbol al frente del pequeño jardín que probablemente ya estuviese ahí durante la estancia de Árbenz. No se ve a nadie y, tras hacer un par de fotos, nos sentamos en la vereda, sacamos la petaca y brindamos en silencio a la salud del presidente, de la Guatemala democrática y de toda la gente que, con toda la dignidad del mundo, lucha para darle un futuro mejor al paisito. Y brindamos también por los ausentes, coda inevitable cuando dos guatemaltecos se juntan, mientras una lluvia fina comienza a caer, como un epílogo adecuadamente triste para una historia triste como pocas.

Avda. Arocena . En esta casa vivió Jacobo Árbenz durante la mayor parte de su estancia en Montevideo.

Avda. Arocena 6563 . En esta casa vivió Jacobo Árbenz durante la mayor parte de su estancia en Montevideo.

III: Epílogo

Mientras volvemos, le comento a Alberto qu no existe en Montevideo un reconocimiento público a Árbenz. Ni una placa, ni una calle, guarda la memoria del exilio del expresidente guatemalteco. Su figura merece un homenaje público y el estado uruguayo tiene así una oportunidad inmejorable de rectificar, a casi 60 años de distancia, el trato indigno al que le sometió, y con el a todas las personas que creían en lo que Árbenz representaba: una América Latina democrática, pacífica e independiente. Procuraremos que así sea.


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